Espíritu republicano y continuidad institucional
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La muerte y los funerales del expresidente Sebastián Piñera la semana pasada generaron muestras populares de cariño y aprecio a su figura que para muchos fueron inesperadas, en especial considerando la baja popularidad que tenía al terminar su convulso segundo mandato (imagen que venía en alza recientemente, por lo demás). A ello se han sumado comentarios y análisis de un conjunto políticamente transversal de actores, valorando no sólo atributos personales del exmandatario, sino logros y avances en distintas áreas durante sus dos gobiernos.
Menos previsible era que el Gobierno y el oficialismo -con excepciones- se pronunciaran generalmente en la misma línea. Sobre todo cuando ello superó el respeto y las formalidades de un funeral de Estado y su compleja organización -logística y simbólica-, para incluir gestos de autocrítica a una forma de hacer oposición a Piñera en que “las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”, como reconoció el Presidente Boric.
Sin duda el esfuerzo de evaluar sin anteojeras una gestión de gobierno, cualquiera que sea, es siempre necesario (lo cual no inhibe la crítica, desde luego, ni señalar fracasos o aspectos poco lucidos). Pero en la honesta autocrítica del Ejecutivo respecto de Piñera, como en las muestras de aprecio ciudadano, se percibe algo más que una “buena evaluación” de hitos puntuales como la recuperación post 27-F, la respuesta a la pandemia, la resistencia a la arremetida antidemocrática del 18-O o las positivas cifras de crecimiento económico -de por sí logros excepcionales-.
En síntesis, como con el reciente anuncio del retiro de la vida pública del exPresidente Ricardo Lagos, parece existir no sólo mayor conciencia de un cambio generacional en los grandes liderazgos políticos, sino una cierta revaloración del espíritu republicano y la continuidad institucional, que ambos se esforzaron genuinamente por encarnar -con aciertos y errores- en sus respectivos mandatos.
Eso contrasta mucho con el ánimo revisionista y refundacional de años recientes, expresado en el descalabro del 18-O o en la fallida Convención Constitucional, por ejemplo. Los problemas que hoy enfrenta Chile exigen, en efecto, seguir construyendo más y mejor sobre lo que hemos edificado, no demoler los cimientos. La semana pasada hubo alentadoras señales de esta disposición.